martes, 17 de noviembre de 2009

Aunque le bajen al Volumen. Que se vaya, que se vaya, que se vaya.

Ya me dijeron algunas buenas conciencias que si no será un poco exagerado el planteamiento de la salida de Calderón, que si ya fumé pastito vacilador otra vez o que si ya se me olvidó tomarme mi Valium. Pero son los menos. Es para estos pocos que las acciones de gente como Mauricio Fernández Garza no son tampoco anormales ni sintomáticas de descontento. Para mi es la forma en que la ultraderecha también abandona el barco del Calderonismo. Ellos piensan que si un presidente municipal comienza a hacer justicia por propia mano no puede ser algo tan negativo, después de todo mandar al diablo a las instituciones cuando se es gente bien no es peligroso, ya que siempre lo han hecho, aunque no lo digan ante un micrófono. Que la gente bien violente el estado de derecho es chic, tener guaruras, estado mayor presidencial o un comando que tome una televisora no es nada fuera de lugar siempre y cuando se invoque la máxima de la protección de los bienes de algún buen nombre; hasta se puede salir en una Quien si se está bien vestido al momento del ilícito.

La perdida de poder real por parte del ejecutivo es evidente, su capacidad de maniobra por las vías institucionales se ha visto mermada en primer lugar por su falta de legitimidad, en segundo por su completa incapacidad de negociación y por el inevitable proceso de entropía en el que ha caído vertiginosamente.
Ahora para lograr sus fines ha tenido que emplear a fondo la mano dura y el autoritarismo, acrecentando el descontento popular, que ya no es sólo de los sectores que no lo querían desde un principio, ahora también dentro de su propio partido comienza a darse un descontento inocultable. Cómo se hizo evidente durante el proceso electoral al interior del PAN que arrojó como presidente del partido y nuevo delfín del Calderonismo al gris e incompetente Cesar Nava. Requisitos que parecen recurrentes en este gabinete que priorizó la lealtad casi endogámica de gente cercana al temeroso señor de Zavala, por sobre las habilidades o calificaciones, contrario a lo que ha sido la tendencia de los grandes estadistas, que pactan con gabinetes de estado y unidad, buscando a la gente más talentosa independientemente de su filias y fobias políticas, porque un presidente es un jefe de un estado, y una vez que protesta deja de ser un simple candidatucho que por más espurio que sea no gobernará sólo para los que votaron por él sino para toda una nación.

Desde que armó su gabinete nuestro Napoleón Purépecha enseñó para quien iba a gobernar. Para sus cuates y familia cercana. Ahora también los grandes empresarios van a empezar a ver estas patadas de ahogado de su pequeño presidente farfullando con tono de mesías tropical un discurso que parece del candidato que era “El Peligro Para México” como una intentona por afectarlos y van a retirar su apoyo poco a poco, y verán con más claridad la incapacidad del hombre que ellos mismos impusieron en la silla.

Aquella vieja fórmula del divide y vencerás operó ahora en contra del inquilino de los Pinos en las pasadas elecciones intermedias. Donde el carroñero y hueco partido verde capitalizó el descontento de muchos adherentes de Felipillo. Aquellas propuestas que el panismo militante calla pero que anhela secretamente, como la pena de muerte, cayeron en el ánimo de sus votantes desilusionados por este clima de inseguridad que artificiosamente le ayudaron a vender los medios con la Valiente GUERRA Contra La Inseguridad, direccionando su voto a un resultado histórico para los chamaqueados niños verdes.

Así es que aunque las queridas televisoras que han procurado tener a su presidente en la inmaculada caja idiota de cristal, llena de algodones y no sacarlo de los estudios ni para dar su informe, con tal de que no se escuche nunca más el grito de algún indeseado cómo le ocurrió en la FIL del 2007 en pleno Guadalajara territorio creyente, devoto, y piadoso, y como en la semana pasada donde, aunque en TV Azteca intentaron bajar el volumen de la rechifla espontanea, se alcanzó a escuchar el ¡que se vaya, que se vaya! insistente, mientras intentaba dar su discurso en la inauguración del nuevo estadio del Santos. Al norte, allá donde dicen que no hay izquierda. Allá donde dicen que sólo se trabaja y nadie se queja. Y donde dicen que lo querían tanto.


Por todas estas razones el cadáver político en el que se ha convertido el presidente del empleo debe dar un paso al costado. La nación se lo demanda.

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